La inquina de dos campeones
Hoy lunes es el último día de vacaciones para los que todavía debéis someteros a exámenes. Una lata, ¿verdad? Pues quienes no tenemos exámenes hoy (lunes) tenemos que ir a trabajar (bueno, salvo los profesores… ¡ay, por qué no habré estudiado para profesor! Hacedlo vosotros, que estáis a tiempo).
Bromas aparte (o medias bromas para ser más exactos), supongo que ya están hechos los deberes y que hoy va a ser un día algo aburrido, por lo que os propongo un par de lecturas de esas que en las quedadas ajedreceras me habéis dicho que os gustan. Lástima que sean las últimas, al menos hasta que encuentre otro filón. Sí, lo habéis adivinado: el autor es E.J. Rodríguez. Y este último doble artículo merece, y mucho, la pena.
Nos habla de la rivalidad que protagonizaron durante los años veinte y treinta del pasado siglo XX los campeones José Raúl Capablanca, cubano y habanero para más señas, y Alexander Alehkine, ruso como habréis adivinado, y moscovita para despejar dudas, por si las hubiera.
Y ahora que lo pienso… Si en el anterior artículo reconocíamos que Wilhelm Steinitz era austriaco a pesar de haber nacido en Praga —hoy República Checa— porque en aquel tiempo Praga pertenecía al Imperio austriaco, Capablanca ha de ser español porque en el momento de su nacimiento Cuba era una provincia española (una capitanía general para ser más precisos) y aún faltaban diez años para su independencia de España… o del Imperio español, por tratar de seguir siendo precisos.
Ambos eran la antítesis de su rival: el latino era un dandi y un donjuán, con un ajedrez fácil en las venas (o en las neuronas); el nórdico era frío y calculador, trabajador infatigable y estudioso de los sesenta y cuatro escaques. En su enfrentamiento por el título a Capablanca le vino a pasar lo que a la liebre en el cuento aquel de La liebre y la tortuga (los de la LOGSE probablemente ni habréis oído hablar de este cuento, pero no es culpa vuestra sino del pésimo sistema educativo que los políticos se han empeñado en daros; así que ya podéis ir poniéndoos las pilas y disponeros para lo que se llama formación contínua).
Diatribas estériles aparte, mejor os leéis los dos jugosos artículos y aprendéis que en la vida «las cosas son como son y no como deberían ser», ya que hay gentes con intereses arteros y torticeros contra los que las más de las veces nada pueden leyes ni razones.