Crónica de la KDD 11.04

Hoy ha sido una quedada un tanto rara. Parecía que íbamos a llegar al objetivo de 15 amigos y sin embargo fuimos menos, pero no tan pocos. De hecho, Agustín pudo hacer acto de presencia a última hora y con él repetimos nuestro techo: 11 ajedréfilos. Así pues, ni tan mal.

Empezaron jugando en tres mesas diferentes y yo me dediqué a mis labores de anfitrión, así que, aparte de la foto que veréis abajo, no me enteré de mucho de lo que ocurría.

Cristian, Edi, Manuel, Eric, Sergio y Rubén estuvieron jugando entre ellos. José Ramón y Katia (menos dados al juego rey) disfrutaron del konane —que empieza a hacerse hueco entre los aficionados a los juegos de mesa de la zona— y del Stratego, el juego que le alegra las pajarillas a José Ramón. Lleva ya una docena de acólitos adoctrinados desde que lo descubriera. De hecho, no viaja nunca sin él, y si otea reunión jugona, lo lleva igual que otros pasean al perro por el parque, con la notable diferencia de que el Stratego ni ensucia ni molesta a nadie.

Por mi parte, y sin saber cómo, me vi sentado ante el profesor de ajedrez de Cangas de Onís. Y mira que lo anduve evitando durante tres quedadas, pero a la cuarta cayó la vencida. Jugué con negras.

Partida abierta pero con mucho respeto por ambas partes, cual púgiles que se enfrentan por primera vez y saben que el combate va a ser largo. Pero tras los prolegómenos, a mí, que en esto del ajedrez no me gusta el tanteo posicional, abrí las hostilidades con acoso por ambos flancos y bombardeo final por la banda izquierda del ataque, la columna H.

Entonces se trabó la posición, en la que Sir Isaac supo pausar mi juego rápido. Entonces fui yo quien hubo de consumir tiempo para trazar unos planes que se vieron obligados a incluir, por carencia de tempo, el sacrificio de una torre que había avanzado valiente y sola para evitar que el peón del lateral formara bloque con sus compañeros avanzando hasta la cuarta fila. La idea era abrirle la gran diagonal blanca a mi alfil y montar un cañón con mis dos torres en la columna H (ese peón mío había volado hacia el cajón de las capturas), y de ahí que me faltara un tiempo y la necesidad de avanzar la torre. El profesor de ajedrez lo avistó y retrasó un alfil que volvía a bloquear la huida de su rey. A pesar de ello ese alfil fue mi perdición al meterse luego en medio del campo de tiro.

Lo dicho, una bonita combinación arruinada por un error de cálculo que no incluyó al alfil pero que sin embargo puso a pensar profundo al inglés (como cuando en el cole se te olvidaba sumar una llevada… la teoría bien, pero en la aplicación la nota bajaba). En el cruce de cañonazos posteriores noté la calidad perdida y aunque me parece recordar que algo gané en el tiroteo de las escaramuzas finales, no fue suficiente para frenar la acometida, pausada, eso sí, como mandan los cánones del buen inglés, con la que me acosó sir Isaac.

Con patsimonia se tomó su tiempo el hombre, hasta que llegó el impepinable mate tras una reñida coronación. Empiezo a ver que jugar la partida hasta el final es hacer de menos al rival. Pero aún como simples aficionados que somos nos gusta comprobar que no se equivocan (no fuera a ser, ¿eh?).

A renglón seguido, Sir Isaac —que empieza a tener cuentas pendientes con todos los parroquianos del saloon— se enzarzó en un duelo a pistoletazo limpio con Manolo, pero la partida tuvo que ser aplazada por compromiso previo e inaplazable del de la Pérfida Albión; así que, tras retratar la posición aprovechando las nuevas tecnologías que todos llevamos en el bolsillo, la batalla se reanudará no se sabe cuándo.

Cuando el inglesito marchó me puse a jugar la continuación con Manolo, que no tenía muchas ganas, y le di mate en 3. Así que no sé si el míster lo verá tan claro o si es que a Manolo ya no le apetecía jugar la prolongación.

Pronto me pareció que se despejaban las mesas del fondo, pero lo cierto es que había pasado más de hora y media.

Jugué entonces al konane con José Ramón, y al terminar llegó Agustín, con cuya presencia repetimos la máxima afluencia, 11 jugones.

Rubén y José Ramón también hubieron de ausentarse, y tras jugar con Edi mientras Manolo y Agustín se enzarzaban en escaramuzas y cambios de piezas, acabé jugando con Eric.

En esas que me vi jugando de pareja con Agustín al pasapiezas —el dire se mostraba reacio a meter las piezas que yo le pasaba como si ello fuera un desdoro— contra Manolo y Eric, que perdieron dos o tres… y nos ganaron la última, con lo que Manolo (ya eran cerca de las 20:00) tuvo que levantarse también para atender sus obligaciones, y Agustín ídem de ídem.

Así que estuve jugando partidas rápidas con Eric hasta pasadas las 21:00, y con ello abandonamos el local.

De los conflictos ajedrecísticos que tuvieron lugar en la mesa de la esquina entre Cristian, Edison, Rubén, Sergio, Eric y Manolo, no tengo noticia, pero sí sé que estuvieron jugando al pasapiezas.

Una buena tarde de sábado aprovechada para jugar entre amigos. Quizá… quizá quedemos la próxima semana para jugar otra vez. Aunque para no hastiar con tanto ajedrez la idea que tenemos es alternar las quincenales quedas ajedreceras con quedadas para probar otros juegos de mesa de corte estratégico también.

Pero algo me dice que eso será complicado porque a los amigos de hoy les gusta el ajedrez y no van a abandonar fácilmente de su zona de confort. Quizá realizar quedadas semanales mixtas sea la solución. Lo veremos con la próxima quedada, que hubo tres amigos que no subieron precisamente porque el ajedrez les satura. Y lo entiendo.

 vista de conjunto kdd-110415
Nueve jugones más el que saca la foto más el dire que llegó más tarde = 11

Etiquetas: