Las tres filas

Hace unas semanas me hicieron llegar el dibujo que verán más abajo y me preguntaron en qué fila me veía yo… Tras pensarlo detenidamente contesté que en las tres.

Pero a la viñeta le falta un detalle. La fila para «hacer» debería especificar «fila para hacer las cosas bien», con método, planificando todo el proceso de la acción, porque hay quienes sólo hacen por afán de protagonismo.

Las personas que hacen las cosas para alcanzar la excelencia en su cometido están autorizadas para decir a otras cómo hacer, porque primero se han informado y luego han meditado el porqué de cada acto: son los inteligentes en oposición a los listos, son los que preparan escenarios versus los que aprovechan la ocasión cuando se la encuentran.

 las tres filas

La mediocridad ha impregnado este comienzo de siglo y vemos que con una vaga idea cogida al vuelo hay quienes se meten sin rubor ni empacho en aquello que precisa de ciencia y de técnica, de muchas horas de trabajo en silencio, de cálculo y planificación, de medir tiempos e idear escenarios. Siempre habrá una caterva de protagonistas que, como el burro de la fábula —que de vez en cuando colaba una nota en la flauta—, alardeen públicamente de su música asnal. Son aquellos que comienzan las frases por «yo» y las terminan con «mí».

Nos queda la fila para criticar… Esto va con el carácter, pero entendemos que quien planifica con mimo y detalle la organización de algo no pueda permanecer, indolente, sin criticar a los que sólo hacen cosas por figureo y con total desprecio por las «reglas del arte». Pero como sabemos que quienes buscan medallas y fotos son sordos para cualquier indicación que no provenga del interior de su propio ego, evitemos malgastar energías en una crítica que será estéril.

Llevamos dieciocho meses funcionando después de seis años de meditar, calcular, planificar… Y cual Hari Seldon sabíamos que llegarían los listos, los sordos, los interesados, los protagonistas, los egotistas y los Mulos flautistas. Pero saberlo con antelación no mitiga la desolación que se siente cuando las chicas del relumbrón se suben a un carro que llevamos tiempo construyendo y por la jeró te sueltan que «hemos inventado un juego» cuando en realidad su fútil contribución al mundo lúdico es un plagio patético. No queda otra que obviar a estas ignaras y desinformadas, y confiar en que su momento de gloria ante los flashes no descomponga esa red de la que, de uno de sus nudos, pende el escenario que llevamos años planificando con mimo y cuyo tiempo tenemos medido desde hace un lustro.

(Si bien lo que sube como un trueno baja como el rayo, como sentenció el águila a la bala en otra conocida fábula… dejado notar se ha en la Fuerza una perturbación).

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