Tierra quemada
En los manuales de historia, mayormente si versan sobre conflictos bélicos, hallaréis la expresión «dejar tierra quemada«. Y esto es lo que hacen los malos gestores, dejan tierra quemada tras sí.
En cualquier gremio, en cualquier asociación, un gestor escuchará, tomará decisiones y delegará. Pero lo que abunda en nuestra sociedad son los anodinos miembros del club del membrillo, personajes blandos, dulces y con tembladera (blandos de carácter, dulces en el trato y con tembladera para tomar decisiones; y ya que pegajosos, los membrillos se adhieren entre sí). Algunos, además, presentan el síndrome del egotista… ¡y entonces es el acabóse!
Gentes de envoltorio modesto —la modestia es la virtud de los mediocres—, que han trepado en la pirámide organizativa por diferentes vías, pero jamás ganándose la confianza del grupo con trabajo en las trincheras, y tienden a hacer suyas las ideas de los demás… a apropiarse de las ideas ajenas, ¡vaya!, que suena peor pero no confunde a nadie. (En ocasiones han dinamitado desde dentro la pirámide organizativa para subvertir el orden y quedar ellos arriba: «O todo y para mí o nada y para nadie» es su lema).
Cuando la idea es aprobada por el órgano colegiado, en lugar de devolverla a su dueño original para que la lleve a la práctica se afanan ellos mismos en figurar y posturear. Dado que el concepto «planificación» les suena a ciencia ficción (una agenda es una herramienta futurista; un guión, un imposible), acaban pervirtiendo la esencia del proyecto empeñados en huir hacia delante para acabar destruyéndolo en lugar de construir sobre él.
Ante la falta de eficiencia, el público objetivo, aburrido, abandona el entusiasmo con que abrazó la propuesta inicial. Cuando otro, con método y planificación, con conocimiento y saber hacer, llega tras estos membrillos para llevar adelante lo que fue una muy buena idea se topará con tierra quemada.
Rommel, gran estratega… y gestor eficiente