Nos prodigamos

Hoy martes hemos estado impartiendo unas nociones básicas de ajedrez a los alumnos de 3º y 4º del Colegio Público Río Sella. Rubén ha sido el encargado de lidiar con los dos grupos que nos juntaron en un aula.

La experiencia ha sido un tanto caótica. Creo que no ha sido buena idea juntar dos cursos, 48 niños en total. Nuestro pensamiento era impartir unas nociones elementales a un grupito de unos 18 a 22 escolares, pero con los casi cincuenta la experiencia no podemos tildarla de positiva. Además, el hecho de que niños que habitualmente no comparten aula estuvieran juntos en un espacio tan reducido creo que les ha excitado, todo lo contrario a la situación deseable para explicar cómo mueven las piezas y cuál es el objetivo del juego.

Pero en fin, mientras Rubén se afanaba en explicar cómo salta un caballo algunos niños (los que ya conocían las reglas) se han arrancado jugando por su cuenta una partida con sus compañeros. Y el caso es que luego un par de ellos se han animado y al salir de clase han corrido a dirección a por la hoja de inscripción para el encuentro de ajedrez del próximo lunes.

Tenemos que decir que hemos encontrado muy buena voluntad y excelente disposición en los profesores, Dani y Marga, que nos han cedido a sus pupilos. Los más nerviosos iban explicando a sus compañeros por delante de lo que Rubén, al final con voz renqueante, trataba de asentar en sus mentes febriles, inquietas, ávidas de las experiencias lúdicas que esta trepidante sociedad nos hace cada día más inalcanzables.

Al finalizar nos hemos quedado departiendo con la profesora y ha sido muy grato (y todo lo contrario a la vez) comprobar cómo los docentes también echan en falta tiempo y espacio para dedicar a los juegos durante las comprimidas jornadas lectivas de hoy en día.

Señores, el sistema en que vivimos nos está quitando el alma: los jóvenes ya no se reúnen para jugar, sino para intercambiar vídeos de Youtube. Los padres ya no disponemos de tiempo (ni de ganas) para jugar con nuestros hijos. Los gobernantes les prohíben jugar a la pelota o patinar en el parque y les crean espacios para regatear o derrapar a cambio de unas monedas. Otras ofertas lúdicas, como los videojuegos, se asientan en potentes industrias multinacionales sedientas también de nuestras monedas a cambio de sofisticados mata-mata. Y las federaciones deportivas nos ofrecen una alternativa de ocio con fines igualmente crematísticos porque, con la agresividad propia de las empresas que en realidad son, se rifan a nuestros hijos. Al final todo es sólo dinero.

Es posible que esta sociedad se vaya al garete por haberse olvidado de jugar —de jugar gratis y a cambio de nada— igual que es posible que otras sociedades triunfaran antes de la nuestra por dignificar los juegos, de la clase que fueran.

Y es que somos ya muy mayores para ponernos a jugar: eso es de niños, ¿verdad? Pero… ¡quién fuera niño!, ¿eh?

Hoy los niños del C.P. Río Sella quizá no escucharan todo lo que ha dicho Rubén, pero cuando estaban ante el tablero de ajedrez había en sus ojos ese característico brillo que tan bien conocemos los jugones. No todo está perdido todavía.