Crónica de la partida de rol
Nos han hecho llegar la crónica de la jornada de ayer vía guasap: las nuevas tecnologías al servicio de historias medievalescas de espada y brujería. Sin más prolegómenos os dejamos con ella, redactada en una siempre inquietante segunda persona.
Salisteis con las primeras nieves del pueblo de Thuin Boid con destino a una torre fortificada llamada El Tirthon, escoltando una caravana de carromatos del elegante y un tanto afeminado comerciante llamado Dagar. Tres carros de bueyes que avanzaban lentamente por el sendero dunlendino guiados por el viejo Pad y los dos muchachos, Nig y Cisgid, los esclavos por deudas de Dagar.
Por el camino entablasteis amistad con el viejo Pad, enterándoos de muchos detalles sobre Dagar: su escabrosa relación con su padre, su vida disipada en Tharbad como aprendiz de mercader, entre drogas, ropa y perfumes caros, y de lo importante que es para él que este cargamento sea entregado con éxito. Y también de la envidia que Nasen, el encargado del almacén, profesa hacia Dagar, ya que esperaba heredar el negocio cuando su padre muriese.
Al llegar al pueblo dunlendino de Maig Tuira os confirmasteis una terrible sospecha: un enorme ejército de saqueadores dunlendinos se dirigía al norte siguiendo vuestro camino, trazando un sendero de sangre que cualquiera podría seguir. Allí, entre los restos calcinados de cientos de personas, fuisteis atacados por una manada de lobos guiados por cuatro enormes huargos de guerra. Gracias a vuestra inteligencia (?) y vuestra capacidad de combate, salisteis bien parados rechazando el ataque, aunque no pudisteis salvar la vida del pequeño muchacho que hallasteis en las ruinas de la posada.
Decidisteis seguir adelante, pese a los malos augurios, y fuisteis sorprendidos por una inexplicable y sobrenatural tormenta de nieve. De nuevo gracias a vuestra capacidad y a la suerte, pudisteis refugiaros y esquivar una helada y segura muerte en el descampado. Por desgracia, la nieve fundida convirtió el sendero en un lodazal impracticable, y durante una semana todo cuanto pudisteis hacer fue empujar los carromatos y sacarlos de los pozos de barro, durmiendo en campamentos empapados y ateridos por el frío.
Aún así, conseguisteis llegar al gran camino del este, a sólo un día de viaje del Tirthon. En una colina cercana vuestro montaraz, de avanzadilla, pudo distinguir lo que parece un inmenso campamento de guerra, justo sobre el camino por el que tenéis que pasar…