De los efímeros tallerzucos
La jerigonza que ha invadido las Administraciones públicas españolas de un (laaargo) tiempo a esta parte está condicionando el pensamiento crítico y estratégico que deben mostrar quienes se han prestado a dirigir la vida de la comunidad. Jerigonza tal que taller…, integral…, sostenible…, ecológico…, solidario…, multicultural…, y sonrojantes oxímoros como discriminación positiva (¡?) se asientan en el imaginario colectivo sin dar las exigibles explicaciones.
Quienes deben velar por el eficiente gasto del dinero público, ya sea por indolente pereza, falta de ideas, culpable ignorancia, seguidismo, o incluso por la comodidad de no enfrentarse al sistema del que ahora son parte, nos atiborran con propuestas efímeras que sólo sirven para engordar la facturación de empresitas de chichinabo creadas por estólidas mocitas para que nuestros gestores públicos disimulen con fruslerías la falta de ideas e iniciativas que asuela el país. Rizan el rizo esas asociaciones que descaradamente sufragan su oferta de actividades con inyecciones de dinero público.
Así nos vemos inundados por un sindiós de estériles tallerzuelos que nos ofrecen desayunos saludables, cócteles sin alcohol, tartaletas de nombre anglosajón, fotografía y cosmética para torpes, cutrecómics, cansina globoflexia, astronomía elemental, infames happies, guirnaldas y cargantes dioramas navideños, yincanas extravagantes, pintacaras y pintamonas, poda ecológica (!), insulsos postres sin calorías, grafitería desprovista de alma, desabrida comida extranjera y otras cincuenta mil sandeces sobre las que cualquier aficionado puede proporcionar información más abundante y más acertada que las empresitas de chichinabo. Es vergonzoso e irresponsable pagar con dinero público por algo a lo que quienquiera tiene acceso gratuito a nada que muestre interés en esta era de la información a tiro de clic.
Cobran sin rubor por un efímero taller de cuatro horas que dura dos y media vista la falta de interés de los asistentes (reclutados como hoplitas en asociaciones afines a la empresita), la carencia de erudición del mequetrefe que osa ponerse al frente del «taller», y la ausencia de supervisión de quien organiza y paga con dinero público, dinero de todos.
Queda una esperanza: los nuevos gestores que, amparados bajo unas siglas por imperativo legal, ni tienen credo político ni les mueven ideas caducadas y fijan su norte en la eficacia, la eficiencia y la efectividad… Aunque está por ver si les van a dejar hacer.